martes, 9 de septiembre de 2008
Cierres
Curioso traslado. La ciudad (genérica) según fue perdiendo su muralla se enriqueció a base de la aportación del/lo recién llegado. Compostela, por citar un ejemplo próximo, es la suma de los que a ella han peregrinado.
A medida que la ciudad desmantela sus muros, diríase que con esos escombros, lo primero que, como individuos, hacemos es levantar un cierre en nuestro solar en el que, sólo después (¡lo primero, es lo primero!) edificaremos nuestra casa. (Recuerdo que visitando los inicios de uno de estos chalés, un albañil, admirado por el tamaño y robusted del cierre se dirigió a mi amigo, y propietario de la finca, diciéndole "¡este muro no lo salta un serbio!").
Curioso traslado el de las piedras que nos aíslan ¡aún hoy! de nuestros vecinos. Curiosa la preferencia por la edificación en piedra (ese material de la caverna: pesado, higroscópico, cuya obtención atenta contra la sostenibilidad...); curiosa esa afición por desenjalbegar fachadas de antiguas edificaciones ¡e incluso en sus interiores! ¿Recordarán que los palacios italianos sí tenían y tienen sus paredes revestidas, más que por razones estéticas, por la confortabilidad que ofrece su enlucido?
¿A qué se debe, entonces, esa manía tan extendida —en Galicia parece más notoria que en otros lugares de nuestro ámbito, diría incluso que, europeo— de 'piedra vista'? ¿No hay, en el hecho de 'lo primero es cerrar' una vocación endogámica que nos aisla más que defiende?
Curiosa la esquizoide panorámica: sociedades abiertas de individuos 'cerrados'. El 'sistema' (¿tendrá otra autoría?) se ahorra el coste de la defensa común y traslada éste al individuo, y encima ¡presume, el individuo, de su inviolabilidad! Placenteramente estamos narcotizados por un complejo faraónico (y los que podemos, viajamos a Egipto ¿para reforzar el mito de la durabilidad?).
Cuánto disparate nos configura.
Gracias a ellos los espacios públicos se ceden para aparcamientos, zonas comerciales... El ciudadano dócilmente trasmutándose en consumidor. Vigo, gracias a sus últimas corporaciones municipales, y con la ayuda de sus entidades financieras, viene privatizando, horadando, y machacando los espacios públicos, incrementando así el tráfico rodado ya que ofrece al consumidor un aparcamiento mismo debajo de la caja del centro comercial.
Expulsados del ágora adormecemos en la curva del milenio empedrado. Curiosos, sí, estos traslados.
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