martes, 3 de febrero de 2009

La 'economía' y sus palabras

Parecen inocentes. Parecen.

No, no son inocentes las palabras. Éstas tienen una responsabilidad. Las que son fruto de la elección tanto como las 'a bote pronto'. Las primeras por su intencionalidad, las segundas porque ponen en evidencia la energía (positiva o negativa) del subconsciente. Es decir, las palabras reflexivas 'muestran' y las irreflexivas 'delatan'.
Veamos las de las, en este época de crisis (¿habría que decir, gravedad?), entidades bancarias y sus agentes. Porque el el poder económico —que, hace décadas, ha ganado la batalla al poder político, que le da cobertura, situación esquizoide donde las haya— no para de palabrear de un modo desvergonzado. Dicen estos actores (banqueros) "Tiempo de incertidumbre y desconfianza". Sí que tiene gracia: éstos, que han amasado —amasar viene de masa, la que suscribe, entre otras acciones, leoninas hipotecas— beneficios alpinos, no desconfiaba hasta ayer de la masa, la misma que ahora solicita una ampliación de su crédito —los banqueros le llaman producto ¡! (don Carlos ya demostró que en el concepto mercancia no hay un ápice de materialidad)—. ¡Desconfían de todos los que les entregaron vida y hacienda! Son unos tiburones. Además de la dentellada que dan a nuestros discretos salarios en nombre de la hipoteca, el que dan a nuestra delgada tarjeta de crédito es tan o más brutal: si el día 22, por ejemplo real, retiras 100 euros del cajero a crédito, los banqueros te cobran 3 euros de comisión y ¡quedas en la obligación de reintegrar los 100 euros a los 8 días! Es decir, este prrrréstamo no tiene el 3 % de comisión anual, la comsión anual, en caso de que tardes un año en pagar estos 100 euros, se convierte en un 36 % anual. ¿Es o no es este interés una dentellada?
Cuando, hasta poquísimos meses atrás, informaban, los tiburones, de sus records de bebeficios trimestrales ¿por qué no aportaban un mayor porcentaje a las arcas públicas? Por esas mismas razones deberían demandar ahora menos ayudas de las mismas, dirigiendo sus peticiones a aquellas sus escalofriantes ganancias. Ya, sus presupuestos cero, ya: que cada año (como su palo) aguante sus resultados (su vela), ya. El beneficio no lo guarda el año —es mentira lo del palo y la vela—, lo raptan ellos, los banqueros. Las menores ganancias las quieren amortizar, también mediante rapto, a base de dentalladas a la cosa pública.
¡Cómo muerden las trajeadas señorías usureras!
Sus palabras pretenden mostrar su legitimidad; atentamente escuchadas, esas sus palabras, lo que hacen es delatar su voracidad escalofriante.
Una banca pública es necesaria, como lo es la sanidad o educación públicas. La mano invisible del mercado aprieta hasta la asfixia. El poder político democrático, porque da cobertura a la sociedad, debe intervenir en todos los aspectos de la sociedad, incluso en el bancario, fnanciero o como quieran denominarlo (la palabra usura hoy es la que más ilumina estos desmanes).
Ni un euro de las arcas públicas a la banca privada.

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